El juego es un fenómeno antiguo que siempre ha provocado una tormenta de emociones. Heródoto escribió que los lidios fueron los primeros en inventar los juegos, y los romanos apostaban fortunas enteras en las carreras de cuadrigas. Los germanos, según Tácito, en plena emoción podían perder hasta la libertad. Los judíos también conocían el azar, pero ya en la época de Mishnah los rabinos empezaron a condenarlo como una pasión destructiva.
Condenas para los jugadores
Los jugadores profesionales eran considerados parásitos. Se les descalificaba para testificar ante los tribunales, se les criticaba por perder el tiempo y se les comparaba con ladrones. Los rabinos los consideraban moralmente débiles, incapaces de controlarse. Un texto medieval aconsejaba: “No tengáis piedad del jugador, dejad que caiga en desgracia en lugar de seguir arruinando su vida”.
El juego se asociaba a menudo con las catástrofes. En 1576, en Cremona, tres eruditos propusieron prohibir el juego por considerarlo la causa de epidemias y hambrunas. Los dirigentes de la comunidad impusieron duros castigos: a los jugadores se les prohibió celebrar bodas delante de la sinagoga e incluso se les privó del derecho a leer la Torá en los oficios.
Dramas familiares
La vida familiar tampoco sufría. Las esposas de los jugadores a menudo vivían en la pobreza y recibían palizas. Muchas pedían el divorcio para salvarse a sí mismas y a sus hijos. Un moralista llegó a sugerir que las mujeres debían jugar con sus maridos para mantener unida a la familia.
Algunos jugadores intentaron luchar contra la adicción haciendo votos de no apostar. Algunos excluían ciertos días, otros apostaban sólo fruta en lugar de dinero. Pero los rabinos se mostraban escépticos ante tales votos, conscientes de que la pasión es más fuerte que las palabras.
Ahora la situación se ha complicado, ya que el entretenimiento de los juegos de azar se ha vuelto extremadamente accesible. Gracias a Internet, estos juegos se han digitalizado y han adquirido fama mundial. Esto es especialmente cierto en el continente americano. Los casinos en línea se han hecho populares en Estados Unidos y Canadá. Brasil, Argentina y Colombia han seguido el mismo patrón. Según Respin, en Chile, el mercado del iGaming crece por cuarto año consecutivo. La población judía de estos países también es aficionada a este tipo de entretenimiento. Y aunque en la mayoría de los casos no es perjudicial, a veces estas aficiones se convierten en auténticos dramas familiares.
El juego en el arte popular
La cultura popular también condenaba el juego. Canciones y proverbios contaban las desgracias de familias en las que los hombres lo perdían todo. Los ‘Poemas sobre el juego’ se convirtieron en una advertencia: la pasión por el juego no sólo golpea el bolsillo, sino también el alma.
Una de esas canciones describía a la ‘viuda de un jugador’, una mujer cuyo marido lo había perdido todo, dejando a la familia en la pobreza. Sus lágrimas ocultas y su desesperación se convirtieron en un símbolo del poder destructivo del juego. Los proverbios populares tampoco perdonaban a los jugadores: ‘El que juega pierde su fortuna’ era una de las advertencias transmitidas de generación en generación.
El juego no es sólo un entretenimiento. Es una fuerza que ha cambiado destinos durante siglos, trayendo alegría a unos y tristeza a otros. La historia nos enseña a tener cuidado con los juegos de azar.